El movimiento ultraconservador Tea Party emergió de las elecciones intermedias estadunidenses con un panorama mixto, que incluyó varias victorias en estados clave y la derrota de dos de sus candidatos más polémicos.
La victoria más resonante fue la de su candidato al Senado por el estado de Florida, Marco Rubio, quien derrotó al independiente Charlie Christ y al demócrata Kendrick Meek.
Sin embargo, Rubio no mencionó al Partido del Té en su discurso de ganador y dijo que los resultados son para el Partido Republicano “una segunda oportunidad” para posicionarse en el lugar que los republicanos no hace mucho habrían pronosticado tener.
Con un triunfo fácil para refrendar su asiento en el Senado por Carolina del Sur, Jim DeMint, figura central del Partido del Té, ya es conocido como el “hacedor de reyes” por su papel en la designación de los candidatos que apoyaría el movimiento conservador.
DeMint fortaleció su imagen entre los conservadores por sus posturas antiinmigrantes y por su llamado a “reformar el Partido Republicano”.
En Kentucky, Rand Paul fortaleció la posición del Partido del Té dentro del partido al derrotar al procurador estatal demócrata, Jack Conway.
“Hay una oleada del Partido del Té y le estamos enviando ese mensaje a Washington”, señaló Paul en su primer discurso como triunfador.
Subrayó los principios económicos que defiende el movimiento conservador, “gobierno limitado y presupuestos balanceados” que, dijo, los republicanos irían a Washington a balancear.
En tanto, la derrota de la candidata para ocupar el escaño senatorial en Delaware, la controversial Christine O’Donnell, representa un revés para el movimiento conservador.
Si bien las encuestas nunca posicionaron a O’Donnell como ganadora, su derrota prevista fue señalada por el estratega republicano, Karl Rove, como “responsable” porque impedirá al Parido Republicano el control del Senado.
O’Donnell tampoco hizo mención al Partido del Té en su mensaje de concesión de la victoria a su oponente, el demócrata Chris Coons.
Otra pérdida importante para el movimiento fue la del también controversial Carl Paladino, vencido por el demócrata Andrew Cuomo en la elección a gobernador de Nueva York.
Analistas políticos consideran que el éxito del movimiento conservador como insurgente se explica en que casi cada cuatro de cada diez estadunidenses votaron “en contra” de alguien o de alguna política.
LOS REPUBLICANOS DOMINAN LA CÁMARA DE REPRESENTANTES
El Partido Republicano ha alcanzado ya, según las proyecciones de las cadenas de televisión, los escaños suficientes para garantizar su mayoría en la Cámara de Representantes, hasta ahora en manos del Partido Demócrata. La oposición republicana parece, sin embargo, lejos de poder alcanzar el control del Senado, en donde los demócratas tienen asegurados ‑o están cerca de asegurarse- los puestos necesarios para conservar su mayoría.
Los cálculos elaborados, de acuerdo a los resultados facilitados hasta ahora, permiten anticipar que los republicanos obtendrán en torno a los 50 escaños de ventaja, más de los que requerían para el control de la Cámara. Los republicanos vencieron en algunos distritos que se fueron a los demócratas en 2008 y retuvieron casi la totalidad de los que ya tenían en su poder.
En el Senado, en cambio, las victorias de los demócratas en Virginia Occidental, Delaware y Connecticut, unidas a las ventajas que mantienen en Pennsylvania e Illinois, hacen prácticamente imposible, a espera de conocerse los resultados en la costa Oeste, que los republicanos consigan la mayoría, lo que permite al partido del Gobierno evitar en cierta medida el vendaval conservador que se temía.
Aunque los demócratas parecen haber evitado el desastre electoral que se temían, una gran movilización conservadora y la descomposición de la alianza que llevó a Barack Obama en 2008 al poder se juntaron ayer en las urnas para castigar al Gobierno y darle a la oposición republicana un poder decisorio en el Congreso. Los norteamericanos votaron en unas elecciones que obligarán a una considerable rectificación del rumbo político y que abren una gran incertidumbre sobre la gobernabilidad de la primera potencia mundial durante los dos próximos años.
Estas elecciones, marcadas por la crisis económica, dejaron en evidencia la volatilidad de la situación política en Estados Unidos, que pasó de George Bush a Barack Obama para devolver dos años después parte del poder al partido del anterior presidente, así como la complejidad del panorama que se abre a partir de ahora, en el que uno de los presidentes más progresistas se verá obligado a negociar su proyecto con el Congreso más conservador de la historia del país.