¿Cuál fue su primera referencia sobre Euskal Herria antes de venir de su Colombia natal?
Allí había algunas personas que conocían Euskal Herria y el conflicto político. Además, me hablaban de una sociedad interesante por emprendedora, por trabajadora. También una vez fue alguien a la universidad donde yo estudié a dar una conferencia sobre el País Vasco y sacó la ikurriña; el tema me pareció interesantísimo. Y un asesor del presidente César Gabiria, al que también le pregunté por el País Vasco, me explicó que había un conflicto vivo en Europa, con una compleja realidad política, pero que además había una sociedad pujante y que no tenía el estómago vacío; no era un conflicto por hambre como muchas realidades del mundo…
¿Qué impresión tuvo por la acogida al llegar?
Sabía que venía a una nación, a un pueblo… Y la primera acogida fue muy buena; el vasco que me recibió en su piso fue fabuloso. Luego encontré una sociedad en la que he aprendido mucho.
¿Qué opinión cree que existe en la sociedad vasca sobre las personas inmigrantes?
Creo que está cambiando, lamentablemente, por el tratamiento mediático sobre el tema migratorio, que se ha asociado a otros problemas. Esa falta de seriedad representa la desmemoria que tiene este pueblo ‑no el pueblo vasco sino el pueblo europeo en general‑, que ha olvidado; eso genera estereotipos.
Si no se reflexiona sobre esos estereotipos ni sobre cómo superarlos, al final se impone lo mediático. Y últimamente creo que se ha incrementado un poco la discriminación. Veo mucha más dificultad ahora que antes. Por ejemplo, yo salí tres años de aquí y cuando volví encontré más dificultades para alquilar un piso; antes no era así, había una relación más humana. Además, las reformas sociales que afectan a la ciudadanía perjudican doblemente a la persona migrante.
¿Cuáles son los estereotipos más frecuentes?
Por ejemplo, que las nacionalidades por sí tienen una etiqueta, como les pasaba a los vascos fuera. Se pone un estereotipo y sin conocer siquiera a esa persona o esa tierra, tienen una imagen preconcebida. Y así hay gente del vecindario que relaciona al africano con pobreza absoluta, con alguien que atravesó el mar y al que incluso un mendrugo de pan le va a venir bien… Entonces se le olvida que ese persona tiene derechos. Recientemente, me he encontrado con cosas muy fuertes. Hace poco, cuando fui al Registro Civil para solicitar la nacionalidad, me sorprendió que la funcionaria que tiene que tratar con los emigrantes era la que estaba más cargada de estereotipos contra esas personas…
¿Cree usted que los vascos somos conscientes de que también nosotros fuimos un pueblo emigrante?
Una parte importante de esta ciudadanía lo sabe y es muy solidaria. Hay familias vascas en toda Euskal Herria que han tenido entre sus antepasados gente que fue a hacer las Américas ‑como se dice- y tienen un referente importante, y mantienen respeto y son solidarios, pese al carácter que tienen los vascos. Pero también hay otra población que no es así.
¿Integración o asimilación?
Integración, obviamente. Un modelo como el español, lamentablemente, se ha convertido en un modelo de asimilación, porque todavía no ha habido un cambio fuerte en la mentalidad en general. Incluso ahí incluyo al pueblo vasco ‑al que tanto cariño le tengo‑, pero todavía aquí falta que en los partidos, en las organizaciones políticas, haya más participación activa de los inmigrantes, que no los inviten sólo para la foto… Hay gente inmigrante aquí muy cualificada. Yo, en mi ejercicio periodístico alternativo, me he encontrado con unas historias fabulosas de gente que podía aportar mucho a las políticas públicas.
El modelo de la asimilación, además, se da con un matiz de caridad pública y un asistencialismo bastante delicado. Y la asimilación supone que, mientras el inmigrante no tenga una participación activa en las políticas públicas, no es ciudadano; es un ciudadano de otra categoría. Y si el modelo de la asimilación continúa, estaremos formando ghetos, y el costo social que tiene eso también es muy grande…
Respecto a la inserción política, las personas procedentes del Estado español sí se han implicado en la política vasca, pero las que vienen de otros lugares todavía no… ¿Por qué razón?
Yo creo que no es por falta de voluntad del inmigrante. Una de las cosas más fuertes en la vida, y si hay algo que te pone a prueba la voluntad y lo que eres, es acometer un proceso migratorio. Y eso lo vemos en la historia de la humanidad. Creo que ésa es una de las cosas más altas para la voluntad del ser humano, y siempre uno lleva en su haber sus propias orillas de su propio mar.
El caso de Euskal Herria es muy particular, porque una inmigración muy importante proviene de países de habla y cultura castellana pero desconoce lo que es este pueblo. Y muchas veces los medios de comunicación refuerzan esa realidad. Éste podría ser un aspecto negativo por el que a muchas personas migrantes les cueste implicarse.
También ocurre que colectivos que en sus propias naciones han sido excluidos ‑como pasa con los bolivianos, por ejemplo, donde hay naciones indígenas- hacen un reconocimiento del país más interesante, porque ellos también hablan allí una lengua que es oficial. Ellos entienden que sus hijos hablen aymara, por ejemplo, y a la vez aprendan euskara.
¿Cree que hay algún interés en que los inmigrantes no sean conscientes de que están en un país como Euskal Herria?
Yo creo que políticamente sí hay un interés. Lo que este pueblo significa a nivel cultural ‑y en ese sentido es muy vasto- no puede morir en una marejada política que al final no lleva a ningún lado. Que un partido tome rédito de ello y saque provecho no supone beneficio para la cultura. Por ello yo siempre hablo del patrimonio cultural.
¿Qué es lo que le hace sentirse a una persona inmigrante más integrada en la sociedad que le acoge: las relaciones personales, el respeto legal, el reconocimiento laboral…?
Es un conjunto de cosas que se unen en lo que uno es como persona. Yo quiero que uno de Medellín se sienta aquí vasco pero también antioqueño, que se le reconozca por su profesión, como persona, como sujeto político, que él pueda aportar…
Lo que sé de emigración lo he aprendido en el País Vasco; y he oído a profesores muy buenos que han dicho «ojo si a la emigración no se le da más participación política». Hace falta una reflexión sobre la participación en las políticas públicas y en otras esferas; si no, la emigración estará siempre rezagada. Hay que abrir esa mentalidad.
Me decía un profesor holandés que en Holanda maneja el tranvía una persona africana o con turbante… Cuando tengamos como conductor del Bilbobus o del Metro a un chico africano, vietnamita o chino y te hable en castellano o en euskara o te pregunte en el taxi hacia dónde vas… hablaremos de interculturalidad. Hasta entonces, falta reflexionar sobre la proyección de los inmigrantes.
Usted viene de un país ‑Colombia- donde hay presencia vasca de generaciones atrás. ¿Cómo son tratados los vascos o descendientes de vascos allá afincados en comparación con los colombianos que viven aquí?
Allá son mejor tratados en general. En los países que conozco de Latinoamérica siempre el ciudadano de la península ibérica y que tiene la nacionalidad legal ‑digámoslo así- española es bien visto y se le abren las puertas. En América Latina, en general, siempre se ha tratado bien a los vascos; y han hecho allí muchas cosas. Hay un referente importante. Argentina, Chile, Venezuela… son un claro ejemplo de ello. Hay una referencia, hay una gran cantidad de personalidades en la política, incluso en el clero, en lo militar… Siempre ha habido una relación interesante. Nosotros apenas ahora estamos descubriendo en Antioquia la presencia importante de vascos y vascas que estuvieron allí y que han aportado cosas y que han progresado.
Usted fundó en Bilbo el periódico «Nuevo Euskadi», dirigido fundamentalmente a personas inmigrantes. ¿Por qué puso en marcha este medio?
Era necesario crear un medio en el que salieran reflejadas las personas inmigrantes y sus historias, que la gran prensa no reunía. Es necesario que los periodistas tengan sensibilidad con el tema migratorio, que es un tema de especialización. Nosotros queríamos suplir un poco ese vacío. La idea era crear un periódico que fuera un referente, que tenga un cincuenta por ciento para inmigrantes y un cincuenta por ciento para los de aquí; no quiere decir que se dividiera por la mitad, sino que se entremezclara, que se contaran las historias de los inmigrantes y las de los retornados vascos o de los vascos de la diáspora.
¿Por qué decidieron dedicar una sección a la diáspora vasca?
En primer lugar, el periódico también pretendía cambiar el lenguaje: no queríamos hablar de inmigrante sino de «persona migrante»; no por incorrecto, sino porque la gran prensa habla de inmigrante como una cosa peyorativa, relacionado con la inseguridad, con el gasto… Nosotros apostamos por hablar de persona migrante porque la migración es un fenómeno que abarca al que ha ido, al que ha vuelto, al que está yendo… Era una lectura para que el periódico no se cerrara a las comunidades inmigrantes; por eso encontramos historias como el vasco que fue seleccionador nacional de México, encontramos un vasco amigo de Mario Benedetti, encontramos cantidad de gente interesantísima… que la gran prensa no recoge.
Otro principio era que no debíamos sacar en nuestras portadas ni en nuestras historias a mujeres inmigrantes por su belleza exótica ni cosas relacionadas con el simbolismo del tráfico de seres humano o sexual.
¿Qué le parece el movimiento asociativo en torno a las personas inmigrantes?
El movimiento asociativo en el País Vasco es importantísimo. Además, está buenamente politizado ‑eso no es malo- en tanto que hay organizaciones que tienen su leitmotiv en los derechos humanos, en la no discriminación, en reivindicar derechos de cantidad de cosas… Yo creo que eso es síntoma de buena salud. Me parecería muy triste que todas las asociaciones siguieran en línea recta las políticas públicas que manda el Estado. El movimiento debe ser participativo y en Euskal Herria eso es muy activo, comparado, por ejemplo, con lo que pasa en Colombia; son años luz…
Sin embargo, en el plano de los inmigrantes el movimiento asociativo está muy débil porque, lamentablemente, las asociaciones no tienen mucha participación. También se ha prestado a que alguna gente haya sacado provecho de ello por el mal uso de los recursos públicos. Y eso lo han hecho organizaciones de aquí. Yo creo que falta una pedagogía importante.
¿Qué le parece la actitud de las administraciones públicas vascas respecto a la inmigración?
Veo grandes diferencias. Ahora, con los cambios que están pasando, veo una deficiencia muy grande en el Gobierno Vasco ‑lo digo con respeto- porque hay reformas sociales que están afectando mucho. En la Dirección de Inmigración, por ejemplo, hay ahora una persona que es un excelente profesional, que sabe mucho de cooperación internacional, que conoce América Latina, pero detrás hay una política que se está tratando de reformar sin contar con los inmigrantes. Sencillamente, se están haciendo un poco las cosas contrarias al interés que pueden tener las asociaciones o el mismo colectivo inmigrante. Lo que ha pasado en el Gobierno Vasco obedece también a unas políticas nacionales, que me parece que son bastante delicadas. Desde muchas organizaciones hemos pedido que sean más solidarios con las personas que tienen problemas de regularización. En la calle hay cantidad de africanos que ganan 20 o 25 euros al día, que están en unas condiciones muy duras. A eso también hay que ir, no solamente a la problemática política, a disputar con el adversario político. Por eso no hay una continuidad en el trabajo social sobre los inmigrantes.
Hace poco, en un artículo sobre la suspensión de la asesoría para inmigrantes Heldu, manifestaba usted que al gobierno de la CAV «los inmigrantes les importamos un carajo»…
Sí. A diferencia de lo que pasa en muchas comunidades, el País Vasco siempre había sido ejemplo de esas políticas sociales, si bien tienen los argumentos políticos para decir que está mal estructurado, que había un problema de configuración, que había un problema que rayaba con la ilegalidad…. Pero a mí me parece que si los inmigrantes van a tener que contratar abogados por libre, eso sí va a crear especulación a nivel jurídico.
Yo creo que sí era necesario replantear el papel de otras organizaciones como Biltzen. Hace falta mirar qué pasa en las asociaciones. A veces a una persona migrante le cuesta entender. Hay cantidades de asociaciones africanas que no hablan la lengua… hay que hacer un proceso con ellos. Incluso las asociaciones de apoyo a inmigrantes están a un nivel, pero las asociaciones de inmigrantes están a otro nivel más bajo. Y el Gobierno Vasco se ha distanciado más. No quiere esto decir que la anterior administración fuese lo mejor de lo mejor, pero ya había un trabajo hecho. Cuando uno habla de participación política, cuando uno ve que las calles se pintan de muchas nacionalidades, también las instituciones tienen que pintarse así.
En el terreno más personal de su experiencia como persona inmigrante, ¿cuáles han sido los momentos más amargos?
Los momentos más amargos están siendo ahora, incluso cuando ya estoy terminando los estudios. Siempre he reafirmado que el tema migratorio es una historia personal: hay gente a la que le va muy bien y hay gente a la que le va muy mal. Es muy duro emigrar cuando tienes muchas cosas en la cabeza, cuando vienes con una cantidad de expectativas y una a una se van desmontando… Yo a veces me pregunto qué he hecho mal: si hablar a viva voz, si decir en mayúsculas ciertas cosas… Y desde ahí hago otra crítica con cariño: creo que todavía le falta a la sociedad hacer una reflexión sobre si estos inmigrantes nos sirven solamente para cuidar ancianos o para ciertos oficios… Creo que eso es injusto porque hay muchos profesionales…
Después de vivir aquí diez años, ¿se siente extraño todavía?
Extraño, no. Todavía hay sitios del País Vasco, de Euskal Herria, que no conozco y que sigo conociendo. Pero tengo una sensación, particularmente por las cosas que me han pasado los últimos meses, de que sí puedo sentirme un poco extraño. Veo que hay gente en las instituciones, en muchos sitios, que te ve como extraño, que te ve todavía de diferente manera. Una vez un profesor de Princeton me dijo que el proceso migratorio va por fases, por tiempos; y una sociedad como la vasca, que le tocó también encontrarse con este fenómeno migratorio, necesita un buen tiempo para empezar a aceptar, para entender y para pasar del modelo de asimilación a un modelo de integración o de interculturalidad.
Puede también que me sienta como se sientan al verme a mi. Si yo me siento todavía un poco extraño, los demás me verán extraño. Nos falta dar ese paso, tanto a los inmigrantes como a la sociedad. Como no se ha superado eso desde el análisis, desde las políticas, todavía ese desconocimiento permanece.
¿Se siente usted vasco?
Yo me siento universal, pero una de las ciudadanías de la que me siento orgulloso de llevar en mí es la vasca. Me siento muy contento de que mis dos hijos hayan nacido en esta tierra porque se parece mucho a las montañas de Antioquia, porque tiene un carácter muy fuerte ‑y a mi me gusta la gente con carácter muy fuerte e inteligente-. Y eso quisiera que fueran los vascos siempre: inteligentes y fuertes, y que tengan el pedazo de tierra que les dio la naturaleza, que lo luchen, que lo sigan luchando. Y también deseo que se hable de los valores que tenemos. Más que sentirme es poder atestiguar los cambios que están pasando en Euskal Herria y de los que somos parte.
Fermin Munarriz
Gara