Con­tra la opre­sión que nos divi­de. Por Fer­min Gon­goe­ta sociólogo.

Gon­ge­ta pone al des­cu­bier­to, por un lado, el obje­ti­vo de las cla­ses domi­nan­tes en el con­tex­to de la cri­sis: opri­mir a los tra­ba­ja­do­res para que paguen con su dig­ni­dad los pla­tos que no han roto. Por otro, la estra­te­gia de la que se dotan: divi­dir a los tra­ba­ja­do­res para des­viar su aten­ción de quién es el ver­da­de­ro enemi­go. Y tras la divi­sión, la opre­sión espe­cia­li­za­da, apre­tan­do a cada colec­ti­vo don­de más le due­le en fun­ción de su sexo, su con­di­ción social o eco­nó­mi­ca, su raza o su edad. «El pro­ble­ma más gra­ve de los opri­mi­dos es que cada gru­po no somos cons­cien­tes de la opre­sión del gru­po dife­ren­te». Y fren­te a eso, pro­po­ne la uni­dad en la lucha como úni­ca vía sóli­da con­tra los opresores.

Es el vien­to sur el que me blo­quea la cabe­za y me la pone den­sa y acar­to­na­da. El vien­to sur, los aires que lle­gan de Madrid y Gas­teiz. Vien­to duro que rese­ca mi capa­ci­dad de refle­xión a base de escu­char cada día los mis­mos tópi­cos, fal­se­da­des y estu­pi­de­ces; adu­la­ción de gober­nan­tes y poten­ta­dos, sin poder cen­trar mi pen­sa­mien­to. Es la men­ti­ra del capi­ta­lis­mo des­bo­ca­do y represivo.

A pesar de todo, por ese minúscu­lo refle­jo de sen­sa­tez resi­dual, no pon­go en mar­cha ni radio ni tele. Cada maña­na, la sali­da de casa a por el pan y el perió­di­co se ha con­ver­ti­do en mi pri­mer acto ritual. Leo mi dia­rio, sí, el mío, por­que es aquí, en el dia­rio de la opo­si­ción al sis­te­ma, don­de pue­do encon­trar­me con más ver­dad y más huma­nis­mo. Soy doble­men­te pri­vi­le­gia­do por­que pue­do com­prar­lo, aun­que sea caro y leer­lo por­que ten­go tiem­po. No estoy en paro.

Leía ayer unos artícu­los apa­re­ci­dos en «Argen­press». El con­jun­to se titu­la «Las tres dimen­sio­nes de la cri­sis». Está escri­to por Clau­dio Katz. Muy buen ana­lis­ta. Habla de los nive­les coyun­tu­ra­les, estruc­tu­ra­les e his­tó­ri­cos de la con­mo­ción actual. Como si se tra­ta­ra de varios tipos de cri­sis que se han mez­cla­do. Yo diría que es un coc­tel explo­si­vo. Aun­que el coc­tel se lo dis­fru­ten unos pocos y la explo­sión y sus con­se­cuen­cias nos afec­te a muchí­si­mos más, pero no a ellos. Uno tie­ne que ser muy rico para poder robar mucho y en toda impu­ni­dad; y que ade­más, los gobier­nos le lle­nen más sus arcas, que juran estar vacías. A eso siem­pre se ha lla­ma­do expoliación.

He deja­do de lado los artícu­los, que no me acla­ra­ban dema­sia­do sobre mis sen­ti­mien­tos y la deci­sión que debo tomar para actuar. Bus­can­do algo más com­pren­si­ble, he caí­do en una can­ción de Ben Har­per que dice así: «Opre­sión. Nos atra­pas mien­tras dor­mi­mos. /​Aco­sas al fati­ga­do, al pobre, al débil. /​Opre­sión. No sig­ni­fi­cas más que mal­dad /​des­ple­gan­do tus lar­gos bra­zos. /​Pero, Opre­sión: no deja­ré que te acer­ques /​te ense­ña­ré a temerme».

Ese estri­bi­llo, «Opre­sión: no deja­ré que te acer­ques; te ense­ña­ré a temer­me», me ha traí­do a la memo­ria aquel anti­guo eslo­gan sin­di­ca­lis­ta, de Lyon en los años seten­ta: «Si escu­pié­ra­mos todos jun­tos, les ahogaríamos».

En pleno siglo XXI, en lugar de hacer­lo, nos atragantamos.

La cla­se diri­gen­te, la que nos opri­me como tor­ni­llo de herre­ro, cons­ti­tu­ye una ínfi­ma mino­ría de la pobla­ción. Lo mis­mo a nivel mun­dial que en Eus­kal Herria. Y, pre­ci­sa­men­te por­que son pocos, nece­si­tan que los tra­ba­ja­do­res, pen­sio­nis­tas inclui­dos por supues­to, per­ma­nez­ca­mos domi­na­dos, opri­mi­dos por el mie­do, has­ta lo más ínti­mo de nues­tras conciencias.

Nece­si­tan que pen­se­mos como ellos, que crea­mos que hay que ayu­dar a los ban­cos, y dar­les más y más dine­ro. Quie­ren que tra­gue­mos que los empre­sa­rios bus­can nues­tro bien­es­tar, y que hay que faci­li­tar­les cré­di­tos y aba­ra­tar los des­pi­dos de los tra­ba­ja­do­res. Quie­ren que pen­se­mos que es bueno callar­se, per­ma­ne­cer ante la tele, tra­ba­jar más y cobrar menos; y si no tra­ba­ja­mos, no cobrar nada.

Hacer eso es opri­mir­nos. Opri­mir­nos: ade­más de matar­nos en cár­ce­les y gue­rras, de supri­mir empleos, de reba­jar sala­rios y pen­sio­nes, ade­más de aumen­tar los impues­tos de los más débi­les, es mar­car­nos pau­tas de com­por­ta­mien­to, hacer­nos pasar por su aro. Pre­ten­den man­te­ner el sis­te­ma, el suyo, don­de ellos man­dan, des­de don­de ellos nos gobier­nan, nos opri­men. Por­que gober­nar es oprimir.

Y esta opre­sión, ins­ti­tu­cio­nal, polí­ti­ca, eco­nó­mi­ca y social, no sir­ve en abso­lu­to a los intere­ses de los tra­ba­ja­do­res, lo mis­mo de taller que de ofi­ci­nas. No. Por el con­tra­rio, lo que hace es divi­dir­nos, y pro­cu­rar que no nos demos cuen­ta de quié­nes son nues­tros ver­da­de­ros enemigos.

El sis­te­ma capi­ta­lis­ta libe­ral nos divi­de. Nos sepa­ra en fun­ción del nivel eco­nó­mi­co, del sexo, de la nacio­na­li­dad, de la raza, de la edad, de la sexua­li­dad. Y a cada gru­po nos opri­me de la mane­ra más apro­pia­da, allí don­de más nos due­le. A algu­nos los com­pri­me de mane­ra abso­lu­ta, con­de­nán­do­los al paro, a la mise­ria o a la cár­cel, de por vida.

Pero el pro­ble­ma más gra­ve de los opri­mi­dos es que cada gru­po no somos cons­cien­tes de la opre­sión del gru­po dife­ren­te, no nos que­re­mos ente­rar de lo que suce­de a los otros, y no nos uni­mos en su lucha. La opre­sión divi­de a los opri­mi­dos. Inclu­so den­tro de un mis­mo gru­po, la dife­ren­te inten­si­dad de opre­sión hace que no una­mos nues­tras fuer­zas. Nues­tra pro­pia divi­sión, ese es nues­tro mayor drama.

Hay mucha gen­te que pien­sa que para salir de la opre­sión a la que nos tie­nen some­ti­dos, lo pri­me­ro que se nece­si­ta es «cam­biar de men­ta­li­dad», o «cam­biar las leyes». Lo que de mane­ra rim­bom­ban­te pre­di­can es que «hay que con­cien­ciar­se». Como si tuvié­se­mos tiem­po para ello.

John Mullen, mili­tan­te del nue­vo par­ti­do anti­ca­pi­ta­lis­ta de la loca­li­dad fran­ce­sa de Agen, dice que «La mejor for­ma de impo­ner cual­quier tipo de cam­bio nece­sa­rio es la lucha y no sólo la edu­ca­ción. La edu­ca­ción que nece­si­ta­mos úni­ca­men­te la encon­tra­mos en la lucha. La impo­ten­cia engen­dra la opre­sión, mien­tras que la diná­mi­ca de un movi­mien­to poten­te la des­tru­ye. Tam­po­co la lógi­ca elec­to­ral obli­ga­rá a un gobierno, aun­que se pro­cla­me de izquier­da, a rea­li­zar cam­bios significativos.

Las luchas más edu­ca­ti­vas, las más efi­ca­ces son las luchas de los tra­ba­ja­do­res. Por­que el cora­zón del sis­te­ma se halla en la pro­duc­ción para el bene­fi­cio, y por con­si­guien­te, el paro de la pro­duc­ción, por medio de la huel­ga es un arma, una herra­mien­ta sin igual».

Las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les, las nues­tras, con todos sus defec­tos son hoy más poten­tes que toda otra orga­ni­za­ción de opri­mi­dos, de cual­quier tipo que sea. A nivel del día a día, a lo lar­go de una huel­ga total, se ven con­cre­ta­men­te los intere­ses que nos unen, más allá de las dife­ren­cias que nos opri­men y separan.

El capi­ta­lis­mo libe­ral nos des­tru­ye. Des­tru­ye la vida eco­nó­mi­ca y social que empre­sa­rios y gober­nan­tes pre­ten­den defen­der. Pero ellos sin los tra­ba­ja­do­res no son nada. Noso­tros, úni­ca­men­te noso­tros, somos capa­ces de dete­ner el sis­te­ma y sus abe­rra­cio­nes; de parar esta diná­mi­ca infernal.

La diná­mi­ca de lucha pue­de unir­nos y des­truir la opre­sión con la ener­gía de un movi­mien­to poten­te. Úni­ca­men­te jun­tos, sere­mos suje­tos de nues­tra pro­pia his­to­ria. «¿O entre­ga­re­mos en paz, los logros que en otros momen­tos his­tó­ri­cos cos­ta­ron san­gre?» (Edgar Borges).

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