Gongeta pone al descubierto, por un lado, el objetivo de las clases dominantes en el contexto de la crisis: oprimir a los trabajadores para que paguen con su dignidad los platos que no han roto. Por otro, la estrategia de la que se dotan: dividir a los trabajadores para desviar su atención de quién es el verdadero enemigo. Y tras la división, la opresión especializada, apretando a cada colectivo donde más le duele en función de su sexo, su condición social o económica, su raza o su edad. «El problema más grave de los oprimidos es que cada grupo no somos conscientes de la opresión del grupo diferente». Y frente a eso, propone la unidad en la lucha como única vía sólida contra los opresores.
Es el viento sur el que me bloquea la cabeza y me la pone densa y acartonada. El viento sur, los aires que llegan de Madrid y Gasteiz. Viento duro que reseca mi capacidad de reflexión a base de escuchar cada día los mismos tópicos, falsedades y estupideces; adulación de gobernantes y potentados, sin poder centrar mi pensamiento. Es la mentira del capitalismo desbocado y represivo.
A pesar de todo, por ese minúsculo reflejo de sensatez residual, no pongo en marcha ni radio ni tele. Cada mañana, la salida de casa a por el pan y el periódico se ha convertido en mi primer acto ritual. Leo mi diario, sí, el mío, porque es aquí, en el diario de la oposición al sistema, donde puedo encontrarme con más verdad y más humanismo. Soy doblemente privilegiado porque puedo comprarlo, aunque sea caro y leerlo porque tengo tiempo. No estoy en paro.
Leía ayer unos artículos aparecidos en «Argenpress». El conjunto se titula «Las tres dimensiones de la crisis». Está escrito por Claudio Katz. Muy buen analista. Habla de los niveles coyunturales, estructurales e históricos de la conmoción actual. Como si se tratara de varios tipos de crisis que se han mezclado. Yo diría que es un coctel explosivo. Aunque el coctel se lo disfruten unos pocos y la explosión y sus consecuencias nos afecte a muchísimos más, pero no a ellos. Uno tiene que ser muy rico para poder robar mucho y en toda impunidad; y que además, los gobiernos le llenen más sus arcas, que juran estar vacías. A eso siempre se ha llamado expoliación.
He dejado de lado los artículos, que no me aclaraban demasiado sobre mis sentimientos y la decisión que debo tomar para actuar. Buscando algo más comprensible, he caído en una canción de Ben Harper que dice así: «Opresión. Nos atrapas mientras dormimos. /Acosas al fatigado, al pobre, al débil. /Opresión. No significas más que maldad /desplegando tus largos brazos. /Pero, Opresión: no dejaré que te acerques /te enseñaré a temerme».
Ese estribillo, «Opresión: no dejaré que te acerques; te enseñaré a temerme», me ha traído a la memoria aquel antiguo eslogan sindicalista, de Lyon en los años setenta: «Si escupiéramos todos juntos, les ahogaríamos».
En pleno siglo XXI, en lugar de hacerlo, nos atragantamos.
La clase dirigente, la que nos oprime como tornillo de herrero, constituye una ínfima minoría de la población. Lo mismo a nivel mundial que en Euskal Herria. Y, precisamente porque son pocos, necesitan que los trabajadores, pensionistas incluidos por supuesto, permanezcamos dominados, oprimidos por el miedo, hasta lo más íntimo de nuestras conciencias.
Necesitan que pensemos como ellos, que creamos que hay que ayudar a los bancos, y darles más y más dinero. Quieren que traguemos que los empresarios buscan nuestro bienestar, y que hay que facilitarles créditos y abaratar los despidos de los trabajadores. Quieren que pensemos que es bueno callarse, permanecer ante la tele, trabajar más y cobrar menos; y si no trabajamos, no cobrar nada.
Hacer eso es oprimirnos. Oprimirnos: además de matarnos en cárceles y guerras, de suprimir empleos, de rebajar salarios y pensiones, además de aumentar los impuestos de los más débiles, es marcarnos pautas de comportamiento, hacernos pasar por su aro. Pretenden mantener el sistema, el suyo, donde ellos mandan, desde donde ellos nos gobiernan, nos oprimen. Porque gobernar es oprimir.
Y esta opresión, institucional, política, económica y social, no sirve en absoluto a los intereses de los trabajadores, lo mismo de taller que de oficinas. No. Por el contrario, lo que hace es dividirnos, y procurar que no nos demos cuenta de quiénes son nuestros verdaderos enemigos.
El sistema capitalista liberal nos divide. Nos separa en función del nivel económico, del sexo, de la nacionalidad, de la raza, de la edad, de la sexualidad. Y a cada grupo nos oprime de la manera más apropiada, allí donde más nos duele. A algunos los comprime de manera absoluta, condenándolos al paro, a la miseria o a la cárcel, de por vida.
Pero el problema más grave de los oprimidos es que cada grupo no somos conscientes de la opresión del grupo diferente, no nos queremos enterar de lo que sucede a los otros, y no nos unimos en su lucha. La opresión divide a los oprimidos. Incluso dentro de un mismo grupo, la diferente intensidad de opresión hace que no unamos nuestras fuerzas. Nuestra propia división, ese es nuestro mayor drama.
Hay mucha gente que piensa que para salir de la opresión a la que nos tienen sometidos, lo primero que se necesita es «cambiar de mentalidad», o «cambiar las leyes». Lo que de manera rimbombante predican es que «hay que concienciarse». Como si tuviésemos tiempo para ello.
John Mullen, militante del nuevo partido anticapitalista de la localidad francesa de Agen, dice que «La mejor forma de imponer cualquier tipo de cambio necesario es la lucha y no sólo la educación. La educación que necesitamos únicamente la encontramos en la lucha. La impotencia engendra la opresión, mientras que la dinámica de un movimiento potente la destruye. Tampoco la lógica electoral obligará a un gobierno, aunque se proclame de izquierda, a realizar cambios significativos.
Las luchas más educativas, las más eficaces son las luchas de los trabajadores. Porque el corazón del sistema se halla en la producción para el beneficio, y por consiguiente, el paro de la producción, por medio de la huelga es un arma, una herramienta sin igual».
Las organizaciones sindicales, las nuestras, con todos sus defectos son hoy más potentes que toda otra organización de oprimidos, de cualquier tipo que sea. A nivel del día a día, a lo largo de una huelga total, se ven concretamente los intereses que nos unen, más allá de las diferencias que nos oprimen y separan.
El capitalismo liberal nos destruye. Destruye la vida económica y social que empresarios y gobernantes pretenden defender. Pero ellos sin los trabajadores no son nada. Nosotros, únicamente nosotros, somos capaces de detener el sistema y sus aberraciones; de parar esta dinámica infernal.
La dinámica de lucha puede unirnos y destruir la opresión con la energía de un movimiento potente. Únicamente juntos, seremos sujetos de nuestra propia historia. «¿O entregaremos en paz, los logros que en otros momentos históricos costaron sangre?» (Edgar Borges).