¿Murió el comu­nis­mo con el derrum­be del muro de Ber­lín? por Freddy Yépez

Tan pron­to se derrum­bó el muro de Ber­lín (1989), lue­go incre­men­ta­do con la frac­tu­ra­ción de lo que fue la Unión de Repú­bli­cas Socia­lis­tas Sovié­ti­cas (1991), sal­ta­ron a la pales­tra los ideó­lo­gos del capi­ta­lis­mo, segui­dos de los decep­cio­na­dos del socia­lis­mo, a vomi­tar toda cla­se de fra­ses para decir­le y ase­gu­rar­le a la huma­ni­dad que “el socia­lis­mo había sido el más horren­do fra­ca­so del siglo XX”, que el “comu­nis­mo había demos­tra­do su ros­tro sal­va­je y cri­mi­nal comién­do­se a los niños”, y que el “mar­xis­mo había per­di­do toda vigen­cia como doc­tri­na social”. De esa mane­ra el fenó­meno –frío o calien­te- de la men­ti­ra comen­za­ba su “exi­to­so” reco­rri­do por el mun­do valién­do­se del tué­tano de los medios de comu­ni­ca­ción des­in­for­man­tes. Los ideó­lo­gos y polí­ti­cos de la ilu­sión y la uto­pía cre­ye­ron que se aca­ba­ba por siem­pre la gue­rra fría, por­que la posi­bi­li­dad de una gue­rra mun­dial, que pusie­ra en jaque mate al capi­ta­lis­mo, que­da­ba sella­da en el cemen­te­rio del olvi­do. Una con­clu­sión se des­pren­día de esa corrien­te anti­his­tó­ri­ca y anti­hi­gié­ni­ca: ya no más revo­lu­ción proletaria.

Mucho se ha escri­to y dicho sobre la caí­da de la URRS y el derrum­be del muro de Ber­lín. Con bom­bos y pla­ti­llos ha cele­bra­do el capi­ta­lis­mo los vein­te años del segun­do. Los que com­pra­ron, en su momen­to, y guar­dan con celo –como obras de arte- los peda­zos de con­cre­to del muro de Ber­lín derri­ba­do, creen que tie­nen un teso­ro en sus manos para ven­der­lo o can­jear­lo tan pron­to una cri­sis eco­nó­mi­ca les toque, sin con­tem­pla­ción, las pare­des del estó­ma­go. Defor­ma­da, adul­te­ra­da y vili­pen­dia­da la ver­dad, triun­fa­ron, por el momen­to, los capi­ta­les golon­dri­na de las men­ti­ras. Casi nadie, por una u otra razón, no cap­ta­ron que en ese ins­tan­te lo que real­men­te se había derrum­ba­do y caí­do no era otra cosa que la teo­ría del “socia­lis­mo en un solo país”, intro­du­ci­da y obli­ga­to­ria en y para la Revo­lu­ción tan pron­to fal­tó en 1924 el más gran­de maes­tro y con­duc­tor de ese magno acon­te­ci­mien­to his­tó­ri­co: Vla­di­mir Lenin.

El muro de Ber­lín fue pro­duc­to, entre otras reali­da­des impor­tan­tes, de: 1.- el aban­dono de la teo­ría de la revo­lu­ción per­ma­nen­te por par­te del Esta­do Sovié­ti­co; 2.- que el gobierno sovié­ti­co recha­zó la orden para que el Ejér­ci­to Rojo avan­za­ra por toda Euro­pa cuan­do fina­li­zó la Segun­da Gue­rra Mun­dial; y 3.- no hubo revo­lu­ción pro­le­ta­ria o socia­lis­ta genui­na en Ale­ma­nia, sino un implan­te mecá­ni­co de la mis­ma. De tal mane­ra, que no sólo la revo­lu­ción sino el muro mis­mo tenían por base no el con­cre­to socia­lis­ta sino resi­duos de agua, san­gre, sudor, lagri­ma, pega y car­tón. Des­de su mis­ma cons­truc­ción esta­ba deter­mi­na­do su derrum­be o caí­da. No repre­sen­ta­ba ese muro el ideal socia­lis­ta expues­to en la doc­tri­na mar­xis­ta y expli­ca­do por Lenin, sino el sue­ño del ter­mi­dor sovié­ti­co que se había afe­rra­do con vehe­men­cia a la far­sa teo­ría del “socia­lis­mo en un solo país”. Por lo demás, una ver­da­de­ra revo­lu­ción pro­le­ta­ria no cons­tru­ye muros de con­cre­to, para sepa­rar paí­ses, sino que ali­men­ta con mucha fuer­za el inter­na­cio­na­lis­mo pro­le­ta­rio o la soli­da­ri­dad revo­lu­cio­na­ria para impul­sar la lucha por la mate­ria­li­za­ción de la teo­ría de la revo­lu­ción permanente.

Juz­gar la caí­da de un régi­men de pro­duc­ción o un ideal doc­tri­na­rio por el derrum­be de un muro de con­cre­to podría ser una fun­ción de un arqueó­lo­go o un antro­pó­lo­go embria­ga­do con el sumo de los hue­sos encon­tra­dos o des­cu­bier­tos de dino­sau­rios, pero no de un soció­lo­go, un polí­ti­co, un ideó­lo­go, un his­to­ria­dor y ni siquie­ra de un psi­có­lo­go. Hay que ir a la ana­to­mía de la reali­dad his­tó­ri­ca par­tien­do que ésta mar­cha, por regla gene­ral y de mane­ra defi­ni­ti­va, hacia ade­lan­te y no hacia atrás; que no depen­de de la volun­tad de las per­so­nas sino de obje­ti­vi­da­des y fac­to­res que la impul­san don­de deci­den, en últi­ma ins­tan­cia, los eco­nó­mi­cos; que las fuer­zas pro­duc­ti­vas cho­can abier­ta y anta­gó­ni­ca­men­te con las rela­cio­nes de pro­duc­ción y las fron­te­ras nacio­na­les, por­que exi­ge su nue­vo desa­rro­llo o avan­ce con otra estruc­tu­ra y otra super­es­truc­tu­ra que se corres­pon­dan a sus necesidades.

Se sabe, como lógi­ca y dia­léc­ti­ca de la his­to­ria, que el capi­ta­lis­mo dará paso al socia­lis­mo, pero para ello es impres­cin­di­ble la revo­lu­ción pro­le­ta­ria una vez armo­ni­za­das las con­di­cio­nes obje­ti­vas y las sub­je­ti­vas que la ponen a la orden del día. El Esta­do esta­dou­ni­den­se, por ejem­plo, cons­tru­yó un muro –para sepa­rar­se de Méxi­co- mucho más lar­go, “segu­ro” y que ha cos­ta­do más vidas que el de Ber­lín para sepa­rar a la Ale­ma­nia Orien­tal de la Occi­den­tal. Sin embar­go, en Esta­dos Uni­dos están dadas, como en nin­gún otro país, las con­di­cio­nes obje­ti­vas para la revo­lu­ción socia­lis­ta, pero las sub­je­ti­vas son, en el mun­do ente­ro, las más ale­ja­das para tal fin. Mien­tras tan­to, el muro se man­tie­ne y se man­ten­drá has­ta que el pue­blo esta­dou­ni­den­se, pleno de locu­ra y arre­che­ra revo­lu­cio­na­rias, lo derri­be a pun­ta de lucha por tomar el poder polí­ti­co para inau­gu­rar el pro­ce­so de tran­si­ción del capi­ta­lis­mo al socia­lis­mo en Esta­dos Uni­dos. Y si eso se die­ra, en pocos días el pue­blo mexi­cano haría lo mis­mo. ¡Quie­ra Dios eso acon­te­cie­ra muy pron­to, pero nin­gún régi­men de pro­duc­ción –en gene­ral- ni polí­ti­co –en lo par­ti­cu­lar- cae pro­duc­to de ora­cio­nes o rezos reli­gio­sos ni por invo­ca­ción de las ilu­sio­nes per­so­na­les o grupales!

Que el capi­ta­lis­mo apro­ve­che el derrum­be o la caí­da de un muro de con­cre­to para sacar y divul­gar con­clu­sio­nes de nega­ción y de des­pres­ti­gio sobre el socia­lis­mo, el comu­nis­mo y el mar­xis­mo es de espe­rar, es su fun­ción, es su deber, es su polí­ti­ca, es su pro­pa­gan­da, pero eso no quie­re decir –jamás- que estén hacien­do uso de la ver­dad para defen­der sus intere­ses eco­nó­mi­cos, por­que ya éstos, des­de el pun­to de vis­ta his­tó­ri­co, son inde­fen­di­bles para la inmen­sa mayo­ría de la huma­ni­dad. Por lo gene­ral, des­de 1924, la Revo­lu­ción de Octu­bre, Bol­che­vi­que o Rusa ha veni­do sien­do defor­ma­da por los amos del capi­tal, pero tam­bién por los que se ale­ja­ron de la doc­tri­na mar­xis­ta y de los sue­ños de Lenin. Dos déca­das lue­go del derrum­be o caí­da del muro de Ber­lín, mien­tras el capi­ta­lis­mo lo cele­bra como el acon­te­ci­mien­to his­tó­ri­co más rele­van­te del siglo XX, sigue sien­do la ver­dad de la his­to­ria de la revo­lu­ción un mis­te­rio “indes­ci­fra­ble” para millo­nes y millo­nes de per­so­nas en el mun­do ente­ro. Se escri­ben cuar­ti­llas y cuar­ti­llas, se dic­tan char­las de horas y horas sobre la revo­lu­ción y, por ejem­plo, el nom­bre de León Trotsky no se pro­nun­cia, no se le rela­cio­na con aque­lla, se le nie­ga su pro­ta­go­nis­mo más que por des­co­no­ci­mien­to por una inten­cio­na­da polí­ti­ca de no reco­no­cer­le su papel, al lado de Lenin, de la per­so­na­li­dad en la his­to­ria de la lucha revo­lu­cio­na­ria en la Rusia de las dos pri­me­ras déca­das y media del siglo XX y de sus gran­des apor­tes a la doc­tri­na del pro­le­ta­ria­do. Y si se nom­bra, es para ata­car­lo como un con­tra­rre­vo­lu­cio­na­rio, agen­te del impe­ria­lis­mo y enemi­go del socia­lis­mo. Por ello, no se ha derrum­ba­do el muro que con un epí­lo­go se le cons­tru­yó a la obra “Los diez días que estre­me­cie­ron el mun­do”, escri­ta por el perio­dis­ta revo­lu­cio­na­rio e inter­na­cio­na­lis­ta John Reed, cuyo pró­lo­go fue ela­bo­ra­do por Lenin reco­men­dan­do su publi­ca­ción por millo­nes de ejem­pla­res para que los obre­ros del mun­do cono­cie­ran la ver­dad de cómo se hizo la Revo­lu­ción de Octu­bre. Inclu­so, hay tex­tos, artícu­los, docu­men­tos, ensa­yos y char­las don­de ni siquie­ra se deja escu­char el nom­bre de Jacok Sver­lod, quien para 1917 fue el pre­si­den­te del Comi­té Eje­cu­ti­vo Cen­tral del Con­gre­so de los Soviets, secre­ta­rio del Comi­té Cen­tral del Par­ti­do Bol­che­vi­que has­ta su muer­te dema­sia­do tem­prano con­se­cuen­cia de una tubercu­losis en 1919 y, ade­más, fue el pri­mer pre­si­den­te de la Repú­bli­ca Sovié­ti­ca Rusa. Los muros no son sólo de con­cre­tos o cemen­to sino tam­bién ideo­ló­gi­cos y, no pocas veces, éstos resul­tan más peli­gro­sos y difí­cil de derri­bar que los pri­me­ros. El gigan­tes­co muro de la mise­ria y el dolor, cons­trui­do por el capi­ta­lis­mo en per­jui­cio de la huma­ni­dad casi ente­ra, lle­va déca­das y déca­das más por fal­ta de con­di­cio­nes sub­je­ti­vas que de las objetivas.

Haber creí­do o creer, otro ejem­plo, que la extin­ta Unión Sovié­ti­ca lle­gó, como socia­lis­mo, alcan­zar un nivel de desa­rro­llo glo­bal supe­rior al capi­ta­lis­mo más avan­za­do del mun­do es un gra­ví­si­mo des­atino his­tó­ri­co, por­que jamás fue cier­to. Y para Marx, en eso no ha esta­do nun­ca equi­vo­ca­do, el socia­lis­mo es des­de un prin­ci­pio supe­rior al capi­ta­lis­mo más avan­za­do, por ello creía, soña­ba y lucha­ba en su tiem­po por el triun­fo de la revo­lu­ción pro­le­ta­ria en Fran­cia, Ale­ma­nia e Ingla­te­rra. Que no se pro­du­jo de esa mane­ra no fue nun­ca la nega­ción –de par­te de Marx- que triun­fa­ra, como toma del poder polí­ti­co y así lo aler­tó jun­to a Engels, en nacio­nes atra­sa­das o sub­de­sa­rro­lla­das del capi­ta­lis­mo para esta­ble­cer los prin­ci­pios de la tran­si­ción del capi­ta­lis­mo al socia­lis­mo, tal como acon­te­ció en Rusia como el esla­bón más débil y reza­ga­do de la cade­na capi­ta­lis­ta de Euro­pa. Pón­ga­se aten­ción a esto: Chi­na, con­si­de­ra­da como uno de los dos gigan­tes de la eco­no­mía actual en el mun­do ente­ro, de la boca de su pri­mer minis­tro, salió el men­sa­je siguien­te: hace fal­ta medio siglo de desa­rro­llo en Chi­na para que ésta alcan­ce el nivel de un país capi­ta­lis­ta avan­za­do. ¿Qué tal?

En fin: el hecho que haya caí­do el muro de Ber­lín en nada, abso­lu­ta­men­te en nada, con­fir­ma la tesis que el socia­lis­mo sea un fra­ca­so his­tó­ri­co, que el comu­nis­mo es una uto­pía y que el mar­xis­mo haya per­di­do su vigen­cia his­tó­ri­ca. Por lo con­tra­rio, reafir­ma que el comu­nis­mo y su doc­tri­na mar­xis­ta son la úni­ca alter­na­ti­va mate­rial y espi­ri­tual si se quie­re sal­var el mun­do de las más espan­to­sas heca­tom­bes socia­les que le ofre­ce el capi­ta­lis­mo sal­va­je. Es, ade­más, la con­fir­ma­ción de esa gran ver­dad teó­ri­ca de que sólo con la revo­lu­ción per­ma­nen­te es posi­ble el triun­fo y cons­truc­ción com­ple­to del socia­lis­mo para que avan­ce la segun­da fase, deno­mi­na­da por Marx como comu­nis­ta, y se impon­ga para siem­pre el prin­ci­pio de que cada cual tra­ba­je en base a sus capa­ci­da­des y reci­ba en base a sus necesidades. 

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